Las redes sociales nos sirven para un montón de cosas, encontrar un empleo, buscar una vivienda a la que mudarnos, hacer nuevos amigos o comprar multitud de artículos que no tenemos en las tiendas locales de cada ciudad. Por lo general forman parte de nuestra personalidad, es decir, lo que compartimos lo hacemos, en teoría o porque nos interesa o nos parece relevante para nuestro día a día.
Lo más común es compartir nuestras opiniones, gustos o inquietudes. Hasta ahí todo parece normal, el problema empieza cuando otra persona se dedica a investigar nuestra actividad al dedillo para sacar conclusiones, no siempre acertadas.
Hemos comentado muchas veces los tipos de personas que utilizan las redes sociales, sin embargo hoy, los vamos a diferenciar en dos grandes grupos, los que las usan con objetivos profesionales (notoriedad, hacerse un hueco en el mercado, para que los reclutadores los encuentren…) y los que las utilizan de una forma mucho más personal (comparten imágenes con los contactos, opinan sobre ciertos aspectos polémicos o chatean sin más con sus amigos) y nos vamos a centrar en éstos últimos, por ser más inconscientes sobre el uso o la dependencia de las mismas.
Muchos de los que sólo utilizan las redes sociales como algo personal lo hacen para pasar un buen rato, entretenidos y distendidos mientras miran y miran los timelines de otras personas, cotillean y buscan lo que les ha pasado en los últimos días o dónde han estado. Otros las utilizan como una herramienta para encontrar al amor de sus vidas y es que internet nos lo ha puesto muy fácil desde que existe.
Hace más de 10 años, no teníamos ni Facebook, ni Twitter ni mucho menos aplicaciones como Tinder, Meetic o similares, sin embargo existían chats en los que podíamos entablar una conversación con alguien de cualquier otro punto. Y sino, acordaros de los diarios de Patricia, de hace años, dónde algunos iban a ponerse cara en relaciones que tenían a través de internet, algunos con final feliz y otros con grandes sorpresas.
Hoy lo de ponerse cara es mucho más sencillo, ya que aplicaciones como el Tinder disponen de una configuración que nos permite sólo entablar relaciones con gente que tenemos a unos km desde el lugar en el que nos estamos conectando. Si tras unos días chateando con el match encontrado podemos decidir si hacer una «cita a ciegas» o no, sin olvidarnos de que vamos a quedar con alguien un poco desconocido.
Las primeras veces que conectamos con alguien a través de Tinder, se comienza hablando a través del chat que tienen incorporado, una vez que medio confías en la persona con la que hablas, uno u otro, pregunta si pueden pasar esa conversación al Whatsapp, se intercambian los números de teléfono, se conocen y se prometen que eliminarán su cuenta del Tinder porque van a empezar una relación, más o menos seria.
Una de las dos personas se empieza a plantear, ¿será verdad? ¿se habrá quitado del Tinder? y para comprobarlo, decide crearse otra cuenta, esta vez con otro nombre por si acaso, para ver si realmente se ha quitado o no, efectivamente, se da cuenta de que sigue conectado y disponible para que cualquiera pueda empezar nuevas relaciones, comienza la desconfianza en esa persona con la que estamos hablando y con la que se supone vamos a tener una nueva relación.
Lo que nos lleva a desconfiar y empezamos a investigar todas las redes sociales en las que tiene presencia, revisamos las publicaciones y también las personas a las que sigue y cómo se comporta con las publicaciones de otros, un trabajo digno de Sherlock Holmes y que bien podría llevarnos a hacernos ideas que no debemos acerca de una persona.
Las redes sociales se distinguen no sólo por el contenido que publicamos sino también por el tipo de interacciones que hacemos con los demás, por eso muchas veces, las personas se ocultan tras siglas o nicks inventados para que no les relacionen con opiniones o comportamientos que podrían ser polémicos.
A lo que voy, es que no porque un chico de me gusta en publicaciones de chicas con poca ropa o viceversa, sea un depravado que sólo quiere ligar y ligar, sin importarle los sentimientos de los demás. No debemos condicionarnos por el tipo de interacciones que tengan y mucho menos, condicionar a la otra persona para que deje de seguirnos, si los celos son de por sí, malos, en redes sociales podemos perder enseguida el norte porque somos más dispuestos a dar likes o hacer comentarios en las publicaciones de otros.
Y aunque como decíamos al principio, las redes sociales son una extensión de nosotros mismos, no significa que por un like o similar vayamos a estar enamorados, ni por seguir cuentas de gente que no conocemos y con las que interactuamos.